En relación con el carácter secreto de una votación del Congreso de los Diputados, donde se da el visto bueno a la compatibilidad de determinadas actividades de los diputados con el cargo representativo que ostentan, M Martín Ferrand critica la opacidad y la confirmación de “privilegios” de algunos votantes. Destacamos en extracto su opinión:
En una partitocracia como la nuestra, cuando el sistema electoral niega la esencia representativa y el Congreso es una mera escenificación litúrgica, el empleo de diputado es algo simbólico y decorativo… pero, dado que todos, los centrípetos y los centrífugos, se sienten satisfechos con la situación y no se vislumbra posibilidad alguna de revisión constitucional, implántese el disimulo para que el decaído entusiasmo de los contribuyentes no se hunda del todo.
Estoy pensando en el cínico desparpajo de los padres de la Patria, de los 246 diputados que votaron a favor del dictamen de la Comisión del Estado del Diputado. Sólo los portavoces de cada grupo, según costumbre establecida y unánimemente consensuada, conocían el texto que el presidente del Congreso, José Bono, sometía a la consideración de sus señorías. Los demás votaron a ciegas y, al hacerlo, consagraron el derecho de los diputados a compatibilizar su trabajo supuestamente representativo con otros de naturaleza particular y, se supone, lucrativa… pero una sesión parlamentaria con 336 asistentes y el acuerdo previo de que nadie haga uso de la palabra, en la que se vota algo que la mayoría desconoce y que, en cualquier caso, establece el privilegio de algunos de los votantes es, en el mejor de los casos, un cachondeo.