Alejandro Diz pone el dedo en la llaga sobre las consecuencias del falso igualitarismo y los efectos que ha tenido en nuestro sistema educativo, y en nuestra sociedad en general, el desprecio o, al menos, el desinterés por valorar la capacidad y el esfuerzo. Y lo hace en un momento en el que ya han saltado todas las alarmas sobre el fracaso escolar en España y el empobrecimiento de nuestras Universidades, de las que sólo uno figura entre las primeras doscientas a nivel mundial. En este sentido dice:
«Defender el principio de la búsqueda de la excelencia significa el proponer y fomentar un tipo de actitud ante la vida y el quehacer de las personas; un tratar de hacer y comportarse de la mejor forma posible, aun sabiendo que tenemos limitaciones y condicionantes en esa tarea.
Porque la excelencia puede y debe buscarla tanto el intelectual más dotado como el artesano más modesto, tanto en su actividad profesional como en sus relaciones humanas en general.
Cuando se elogia adecuadamente la excelencia se está defendiendo una sociedad que fomente el éxito del individuo que busque ser distinguido moral, intelectual, profesional, estéticamente, ser interesante para sí y para los demás, y por el contrario, procure la no conformación del hombre-masa, de la persona indiferenciada y, por ende, fácilmente manejable.